“No hay otra cosa que perjudique más el espíritu del ciudadano participante que la indiferencia de quienes cultivan su ‘particular’. Ya lo habían dicho los antiguos: ‘consideramos a quien no participa en la vida del ciudadano ―indicaba Pericles en una famosa frase citada por Tucídides― no como alguien que mire por sus propios asuntos, sino como un individuo inútil.’[1] Rousseau lo sabía muy bien: ‘Tan pronto como el servicio público deja de constituir el principal cuidado de los ciudadanos, prefiriendo prestar sus bolsas a sus personas, el Estado está próximo a su ruina.’ Al respecto podemos citar una de las frases lapidarias que lo caracterizan: ’Desde que al tratarse de los negocios del Estado, hay quien diga «¡qué me importa!», se debe contar con que el Estado está perdido.’[2]
De cualquier manera, una cosa es cierta: los dos grandes bloques de poder descendente y jerárquico en toda sociedad compleja, la gran empresa y la administración pública, hasta ahora no han sido afectados por el proceso de democratización; y hasta que estos dos bloques resistan la presión de las fuerzas que vienen de abajo, no se puede decir que la transformación democrática de la sociedad se haya realizado. Ni siquiera podemos decir que esta transformación de hecho sea posible; solamente podemos decir que de ahora en adelante el avance de la democracia se medirá por la conquista de los espacios que hasta ahora están ocupados por los centros de poder no democráticos.”
Norberto Bobbio (1984), El futuro de la democracia. sobre la democracia representativa y directa. p.66.
Traducción de José Fernández Santillán. Tercera edición (2001). Quinta reimpresión (2008). Fondo de Cultura Económica.
[1] Tucídides, La guerra del Peloponeso, II, 40.
[2] Contrato social, III, 15.
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