Jonathan Menkos Zeissig

+ democracia + desarrollo + igualdad

Nicaragua: una nueva revolución

El 17 de julio de 2019 se cumplirán 40 años de la salida de Nicaragua del dictador Anastasio Somoza Debayle. Se fue en medio de las sombras de la madrugada, cargando maletas atiborradas de dólares y los cadáveres de su padre y su hermano. Pesaba sobre las espaldas de la «dinastía» Somoza —que regentó el Estado desde 1936—, la construcción de una Nicaragua bipolar: masas de pobres explotadas para el beneficio de unos cuantos millonarios; la censura de los medios, la tortura y represión del pueblo y el intento de asfixiar cualquier oposición. Los Somoza también cargan con el alevoso asesinato (1934) de Augusto César Sandino, líder guerrillero que había logrado, meses antes, la salida de las tropas estadounidenses.

Como causa y efecto de aquella cadena de abusos surgió, en los años sesenta, una fuerza intelectual, político y militar cimentada en el legado nacionalista y antiimperialista de Sandino. Este movimiento, cuyo nombre terminó siendo Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN), logró derrocar a Somoza con el impulso de movimientos estudiantiles, obreros y campesinos, llevando al poder a una Junta de Gobierno, formada por dos empresarios, Alfonso Robelo y Violeta Barrios de Chamorro, y tres sandinistas, Sergio Ramírez, Moisés Hassan y Daniel Ortega, este último con funciones de coordinador y presidente.

Algunos historiadores destacan que el gobierno sandinista liderado por Ortega más que socialismo buscaba conciliar las diferencias de clases mediante una economía mixta, con libre mercado y un sector público con acciones en la economía. Esto requirió abanderar la alfabetización, hacer reformas que garantizaran la educación y salud gratuitas, la seguridad social y programas de lucha contra el hambre. En lo económico, el sandinismo emprendió una reforma agraria, la nacionalización de la banca y tomó acciones para modernizar la economía: carreteras, hidroeléctricas y apoyos al rezagado sector industrial; en medio del bloqueo económico (Ronald Reagan), el financiamiento de grupos armados antisandinistas, los «contras», un mayor desencanto entre el sector empresarial que había apoyado la salida de Somoza esperando conservar su poder, y el asedio mediático internacional contra el sandinismo, en el que participó incluso Vargas Llosa.

En 1986, Salman Rushdie, llegó a Nicaragua para el séptimo aniversario del triunfo sandinista. Sus reflexiones y conversaciones con los protagonistas de la revolución constan en el libro La sonrisa del jaguar. Un viaje a Nicaragua: Aparece el sombrero de Sandino, ícono de la revolución.  Ahí resuena, entre los muros de aquella Managua lastimada, la consigna de Sandino: «Patria libre o morir», los versos de Hasta que seamos libres de Gioconda Belli, las canciones de los Mejía Godoy, Lo que fue Solantiname de Ernesto Cardenal, y ese poema que dice «Había una chica nicaragüense / que cabalgaba sonriendo sobre un jaguar. / Volvieron del paseo / la chica dentro / y la sonrisa en el rostro del jaguar».

Rushdie, en el capítulo del Señor presidente, describe una reunión en la que estaban invitados casi todos los poetas e intelectuales más prominentes del país. Ahí se encuentra con un Daniel Ortega  tímido pero seguro de sí mismo, que habla sobre el cardenal Obando y Bravo y el histórico viaje que protagonizaron juntos hacia La Habana. También explica su próximo viaje a las Naciones Unidas, cuyo objetivo es que Estados Unidos cumpla la orden de La Haya (cese de actividades que violan el derecho internacional e indemnización a Nicaragua). Se discute sobre el cierre del diario La Prensa, por su supuesto apoyo editorial a las políticas de Reagan; y de una posible invasión de los Estados Unidos.

He conocido personas que, desde Dinamarca, Suecia, España o Chile, dejaron el bienestar de sus hogares para viajar a Nicaragua y ayudar a construir escuelas, alfabetizar, colaborar en los talleres de poesía, o para enfrentarse cara a cara con los «contras». Se fueron a pasar penas materiales, y sin más paga que la satisfacción de hacer lo creían correcto. Hoy recuerdan aquellos años con alegría, pues sintieron que contribuían a la construcción de un mundo en que los habitantes de países pequeños podrían tener la fuerza y la solidaridad internacional para decidir su futuro. Nicaragua era esperanza en aquel entonces.

Ortega hizo posible aquella revolución que apasionó a obreros, campesinos, poetas, políticos y estudiantes nicaragüenses y de todo el mundo. Sin embargo, desde que regresó al poder (2006) está siendo su verdugo: manteniendo un contubernio con las élites más rancias de Nicaragua y Centroamérica, convirtiendo lo público en su negocio particular, ensuciando elecciones para mantenerse en el poder, reprimiendo las protestas y cerrando medios de comunicación. Puede que el poder, en grandes cuotas y mantenido por mucho tiempo, haga olvidar a quien lo posee que son las acciones y no las palabras las que cuentan.

Vuelvo a La sonrisa del jaguar, porque permite regresar en el tiempo y ver a muchos de los actores que en la actualidad vuelven a estar en el poder.  También logra calcar la belleza y humanidad que uno siempre encuentra en el pueblo nicaragüense y, con ojos críticos, Rushdie escribió algo que es muy cierto en estos días y que, en buena medida, explica la pérdida de legitimidad y de norte de Ortega: «Durante mi estancia en Nicaragua, me había llamado la atención la naturaleza incestuosa de la clase dirigente. Sandinistas y derechistas habían estudiado en las mismas escuelas y en su adolescencia habían salido juntos. De pronto daba la impresión de que volvían a salir juntos otra vez».

En todo caso, las semillas de Sandino continúan dando frutos y una nueva revolución se acerca: en estas últimas semanas, el pueblo nicaragüense está en las calles, como tantas veces en su historia, luchando por su libertad. Los jóvenes han tomado el liderazgo: Al principio pedían dar marcha atrás a las nocivas reformas a la seguridad social. Ahora, después de la violencia de Estado, exigen la salida de Ortega.  Casi cuarenta años después, Ortega y Somoza parecen tener el mismo rostro y, quizá, el mismo destino.


Una versión de esta columna de opinión ha sido publicada por Prensa Libre (Gutemala) en su edición del martes 1MAY2018, y por el diario El Mundo (El Salvador), en su edición del jueves 3MAY2018.

Imagen tomada de El País.

 

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Esta entrada fue publicada en 2 mayo, 2018 por en Democracia, Sin categoría y etiquetada con , , , , , .

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