(CIUDAD DE GUATEMALA, 13JUL21). El Banco Mundial publicó recientemente el estudio El lento ascenso y súbita caída de la clase media en América Latina y el Caribe, el cual muestra cómo la recesión económica sufrida en 2020, relacionada con la pandemia, ha pasado factura en la región revirtiendo en pocos meses los avances socioeconómicos logrados durante décadas. El estudio propone analizar los efectos de la pandemia sobre los ingresos de las personas, según los gobiernos hayan o no aplicado políticas públicas para mitigar dichos impactos. Divide a la población en tres segmentos, a la luz de los umbrales de ingreso siguientes:
a) Pobres, aquellas personas con ingresos diarios menores a USD5.5 (del 2011, bajo paridad del poder de compra—PPC—);
b) Vulnerables: personas con ingresos de más de USD5.5 y menos de USD13.0 diarios (2011, PPC). Otra característica para definir a una persona como “vulnerable” es si su probabilidad de volver a caer en la pobreza durante un intervalo de cinco años es superior al 10.0 por ciento, que es, de acuerdo con otros estudios citados, la probabilidad media aproximada de caer en pobreza en países como Argentina, Colombia y Costa Rica;
c) Clase media: individuos con un ingreso diario de más de USD13.0 hasta USD70.0 (2011, PPC).
En 2019, antes de la pandemia del covid-19 y sus consecuencias económicas, Centroamérica era una región con aproximadamente 49.7 millones de personas. Cerca de 17.2 millones de personas vivían en condiciones de pobreza, es decir, uno de cada tres centroamericanos. Otros 19.4 millones de centroamericanos (40.0 por ciento de la población total), era vulnerable; mientras 13.0 millones (26.2 por ciento) se podían considerar clase media. Nueve de cada diez pobres y ocho de cada diez centroamericanos vulnerables a la pobreza eran salvadoreños, guatemaltecos, hondureños o nicaragüenses, revelando así las consecuencias de un modelo de crecimiento económico, tan efectivo en la promoción de la concentración de la riqueza en pocas manos como débil para la lograr la protección social. En contraste, Costa Rica y Panamá, registraban una clase media que representaba más del 50.0% del total de su población.
En 2020, para frenar los impactos nocivos de la pandemia, los gobiernos, con excepción de Nicaragua, pusieron en práctica diversos programas de apoyo económico y asistencia social. Salvo Costa Rica, que contaba con una institucionalidad madura relacionada con la sanidad pública y la asistencia social, el resto de administraciones públicas debieron improvisar y sacar el mejor provecho de la organización pública existente. A pesar del esfuerzo público, en el escenario en el que se mide el impacto de la crisis con medidas de mitigación en 2020, muchos centroamericanos cayeron un escalón. Por ejemplo, la clase media se redujo en un 8.8 por ciento, lo que significa que 1.1 millones de centroamericanos dejaron de ser clase media en 2020. Por su parte, los vulnerables se redujeron, al pasar de ser 19.4 millones en 2019 a 19.1 millones en 2020, lo que se explica principalmente porque muchos de ellos terminaron el año siendo pobres. Finalmente, 2.1 millones de centroamericanos cayeron en pobreza, llegando a sumar 19.3 millones y representando el 38.4 por ciento de la población centroamericana total al finalizar el 2020. Estos fenómenos aumentaron la desigualdad social, quedando las mayorías cada vez más lejos de los ingresos y el bienestar garantizado para los más ricos.
Entre las estimaciones más dramáticas, se puede apuntar que, en 2020, la clase media en Honduras se redujo casi una quinta parte, mientras que, en El Salvador, Panamá y Nicaragua, la reducción roza el 10.0 por ciento. Por otro lado, se estima que el 70.0 por ciento de los nuevos pobres, 1.5 millones de personas, se concentra en Guatemala y Honduras, países de los que recurrentemente parten miles de migrantes hacia Estados Unidos, forzados por diferentes violencias, incluyendo el hambre.
Si los gobiernos no hubieran implementado ninguna acción adicional este panorama sería mucho más desalentador que las cifras actuales, como se puede observar en el escenario de impactos medidos eliminando las medidas de mitigación de la crisis, como se muestra en el cuadro al final de esta columna.
Lo anterior obliga a dos conclusiones. Primero, la necesidad de comprender y apreciar el valor del poder público en contextos de crisis económicas. En la medida en que los Estados cuenten con administraciones públicas diseñadas para el bien común, que tienen recursos (financieros, materiales y humanos) para ejecutar cotidianamente programas en favor del bienestar social y bajo un plan de desarrollo coherente y sostenido, así se tendrá la posibilidad de poner en práctica medidas efectivas para mitigar crisis de diferente índole, incluidas las económicas, sanitarias, ambientales, entre otras. Hoy, muchas más personas comprenden lo necesario de una administración pública más efectiva.
Sin embargo, la segunda conclusión es que para operar los necesarios cambios estructurales en el Estado y en la administración pública, sobre los que la mayoría podría estar en sintonía, se requiere un contexto democrático que permita acuerdos sociales y políticos sobre el rol de lo público, su financiamiento y su forma de rendir cuentas a la sociedad. En ese sentido, la mayor parte de los gobiernos centroamericanos actuales, con sus acciones autoritarias e ilegales, con su gusto por la corrupción y su asocio con élites económicas rentistas del modelo de subdesarrollo actual, constituyen la mayor barrera para cualquier cambio pues no inspiran confianza ni gozan de una legitimidad suficiente para lograr acuerdos amplios e integrales. Los gobiernos de la Centroamérica actual están siendo y, sin cambios de su actuar, podrían ser a la postre peor que la propia pandemia.
Sin embargo, como la dialéctica no falla: el deterioro de las condiciones de vida continuadamente poco o nada atendido, generará más insatisfacción e ingobernabilidad social y será el talón de Aquiles del modelo político autoritario, corrupto y neoliberal de moda en Centroamérica.
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Una versión de esta columna de opinión ha sido publicada por la revista Gato Encerrado, el día 14 de julio de 2021.
Imagen tomada de La Tercera.