Jonathan Menkos Zeissig

+ democracia + desarrollo + igualdad

Centroamérica: salvar el maíz tierno

(GUATEMALA, 01OCT2018). Ayer murió de hambre la niña guatemalteca que tenía en su pecho una estrella. No podrá ser la primera astronauta de esta tierra en la que la mitad de los menores de cinco años padece desnutrición crónica. Hace dos días, su hermana mayor, de 13 años de sobrevivencia y tres años de escuela en un idioma diferente al materno, fue unida forzosamente a un adolescente de 17. Él trabajará una tierra prestada y estéril hasta que se le doble la espalda; ella parirá cinco hijos y hará toda su vida los oficios de la casa. Nunca serán lo que quisieron ser: un ingeniero agrónomo y una médica. Hay poco dinero público para salud, educación o nutrición, y algunos recursos terminan aceitando los engranajes de la corrupción.

Hoy, un niño de nueve años, salvadoreño, partió hacia la frontera. No le acompaña ningún adulto, solo su incertidumbre. Sobre la desgastada playera de «la selecta» todavía siente las tibias lágrimas de los abuelos que le han cuidado desde la cuna.  Si se queda morirá en las manos asesinas de las maras.  Si lograra sobrevivir, si se encontrara con sus padres en Estados Unidos, cumpliría su sueño de ser un futbolista famoso. Infortunadamente, no lo logrará. Los Zetas harán cenizas sus sueños cuando comprueben que nadie pagará un rescate.  En su último aliento, cerrará sus ojos recordando a sus viejtos y el polvoriento campo de fútbol del pueblo. Mientras tanto el partido en el poder impulsa leyes para que los empresarios amigos paguen menos impuestos, según ellos, para ayudar a los pobres.

Otro güiro, de trece años —sin instituto, ni biblioteca, ni frijoles en la mesa—, hondureño, hoy se sumará a la mara del lugar: pasará la prueba de extorsionar y matar, y vivirá dos años más. Antes, cuando soñaba, quería vivir para ayudar: ser bombero, juez, policía o cuentacuentos. Ya en la época de Maduro, se ejecutaba extrajudicialmente a todo el que pareciera marero siguiendo un patrón: ser pobre, adolescente, de barrio marginal, tener cara de hambriento. En los medios, los principales, amoldada la verdad con dinero público, aparecen fotos del jefe de Estado mientras ríe, mientras corre o mientras sube al avión presidencial, pieza moderna con un costo de USD14 millones, «donada» por Taiwán. Poco se dice de las manifestaciones contra el fraude electoral y mucho menos de las muertes de defensores de derechos humanos.

Además de la corrupción, un modelo económico basado en exprimir a las personas y Estados fundados para la sobrevivencia y no para el desarrollo, están matando a las niñas, niños y adolescentes del Triángulo Norte de Centroamérica. Más abajo, una madre campesina llora a su cipote de 15 años, martirizado tras manifestar contra la tiranía que gobierna Nicaragua y que se alimentó por muchos años del contubernio con una facción importante de élite empresarial sin escrúpulos ni respeto por la democracia. Entre su lamento, un amigo me cuenta que aquella mujer a gritado a los cuatro vientos: «Mi hijo entregó la vida porque fue capaz de arar con sus huevos la tierra prometida». Ahí mismo, un padre busca entre los escombros de la democracia, a su hija de 17 años. No quiere imaginarse, pero lo sabe: la policía la ha violado y la mantiene cautiva.

En Costa Rica, casi todos los carajillos van a la escuela, pero la pobreza y la desigualdad de ingresos y oportunidades minan la sociedad que hasta hace algunos años, por su nivel de bienestar, era conocida como “la Suiza de América”. Mientras, más al sur, adolescentes panameños miran pasar los años y el alto crecimiento económico, pero les faltan bienes y servicios públicos y que se rompan los patrones de discriminación de una sociedad racista y clasista. El día de hoy terminará con 39 niñas y adolescentes embarazadas, algunas como fruto de una violación.

Celebramos el Día del Niño y el Día de la Niña, pero el contexto de indefensión en el que viven muchos de ellos no nos permite una festividad completa. Abracemos a aquellos que tenemos cerca, pero no olvidemos a los millones que están alejados del hogar tibio, del abrazo cotidiano, de la mesa servida, del juego y la sonrisa. Abarquemos con nuestra calidez de humanidad y con nuestra fuerza política también a aquellas niñas, niños y adolescentes que hacen las tortillas, que lavan la ropa, que cuidan los carros y lustran los zapatos ajenos, a los adolescentes que hoy son la levadura de la democracia, aquellos cuyas vidas no son más que un blanco móvil, parafraseando a Benedetti (Porque cantamos).

Centroamérica puede y debe avanzar hacia políticas —económicas, sociales y fiscales— que protejan a todos los niños y adolescentes: salvar el maíz tierno requiere universalizar la educación, la salud y el agua, al tiempo en que se aumenta la infraestructura económica y social, se generan empleos para los adultos y se induce una rápida transformación productiva de las pequeñas y medianas empresas. Es necesario que los hogares cuenten con un mínimo de recursos —una renta básica universal— para satisfacer sus necesidades esenciales y provocar una mayor demanda de productos y servicios locales, que dinamice la economía y de certidumbre a todos los miembros de la sociedad. Es vital un sistema de justicia que garantice los derechos y juzgue como manda la ley al infractor, al corrupto y al tirano. Es toral acabar con las mafias que han capturado el sistema político, y continuar batallando por la vida en libertad e igualdad.

Animémonos a exigir cambios substanciales y responsabilicémonos por la protección de todos y cada uno de los niños, niñas y adolescentes. En ello reside la fuerza para una región cohesionada, vivible y democrática. No nos demos por vencidos.


Una versión de esta columna de opinión fue publicada por Prensa Libre en su edición del martes 2OCT2018.

Imagen tomada de HispanTV

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Esta entrada fue publicada en 4 octubre, 2018 por en Democracia, Desarrollo, Sin categoría y etiquetada con , , .

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