Jonathan Menkos Zeissig

+ democracia + desarrollo + igualdad

Romper los mercados de poder: el mayor reto de la democracia

Los pensadores de la democracia, como Norberto Bobbio, han tenido total razón al advertir que en muchas naciones, ni las grandes empresas ni la administración pública han sido modificadas por el proceso de democratización, que conlleva para los primeros, tener mayores responsabilidades para con la sociedad; y para el segundo, convertir sus políticas públicas en instrumentos para el desarrollo de todos y no para el beneficio de unos cuantos.

No habiendo concluido ese necesario proceso de reacomodamiento de funciones, relaciones y responsabilidades que exige una verdadera democracia, las grandes empresas y quienes administran el quehacer público, se reúnen en centros de poder no democráticos desde donde orientan la servidumbre de lo público hacia lo privado. En esos obscuros espacios, alejados del escrutinio público, es donde se han pactado genocidios, privatizaciones, zonas para el narcotráfico, candidaturas políticas y gremiales, privilegios fiscales, contratos mineros y explotaciones petroleras, construcción de carreteras, adquisición de medicamentos e, incluso, reformas educativas y de salud.

Han sido esas relaciones de poder no democráticas las que han ajustado el Estado para reducirlo al imperio de las fuerzas del mercado, y como todo está en venta y todo se puede comprar,  el poder público termina siendo un instrumento de intercambio al mejor postor, con su propio mercado para transar.

En ese mundo paradójico, resulta grotesco que los mismos centros de investigación que ayer planearon la minimización y mercantilización de la labor del Estado, su entrega y total rendición a la oferta y la demanda, hoy estudien la percepción que los ciudadanos tienen sobre la transparencia, la corrupción y la efectividad de las políticas públicas. Y qué bien tolera la sociedad que la mayoría de capitalistas de invernadero, es decir esos emprendedores pusilánimes, que han amasado grandes fortunas bajo el abrigo irrestricto del Estado, sostengan que dar transferencias de dinero a los pobres es puro paternalismo de Estado, como lo es darle salud o educación a todo el mundo: ¡Es que desincentiva el esfuerzo particular! ¡Hay que enseñar a pescar y no dar el pescado!, nos dicen.

Vuelvo de la ironía a los espacios antidemocráticos existentes en Guatemala. Estos mercados de poder, siendo casi todo dialéctico en esta vida, provocan, entre otras cosas, dos fenómenos. Primero, quienes concurren a esos círculos comerciales dejan de ver en su justa dimensión la (creciente) ingobernabilidad social que trae consigo la toma de decisiones que contrarían el espíritu democrático. Segundo, si bien ese mercado de poder arcaico ha sobrevivido durante muchos siglos, y ha permitido instaurar un modelo de crecimiento económico concentrador de la riqueza y contrario a la igualdad, lo cierto es que la sociedad de hoy no es la misma que soportó ayer su existencia, y comienza a percibir como algo rancia esa relación.

El resultado del primer fenómeno es una miopía, pública y privada, que se transforma en atropellos hacia estudiantes; en oídos sordos ante las exigencias sociales, especialmente campesinas, en el cierre de archivos para esconder, traspapelar y hacer olvidadiza la historia, y en estados de sitio que aumentan el malestar colectivo. Añadamos a esto, que el mercado de poder actual ha pactado una agenda de competitividad e iniciativas económicas pensadas para continuar amamantando a sus capitalistas de invernadero.

El segundo fenómeno está dando como resultado una mezcla entre el estupor de las personas al sentir que la sociedad regresa en el tiempo a los años ochenta y la fuerza para evitar cualquier retroceso sobre los avances (pocos, quizás) perceptibles en materia de democracia. A esto se añade que, los hechos políticos y económicos actuales en el mundo desarrollado, están obligando a los ciudadanos a reconocer que el éxito en las nuevas conquistas para la democracia se medirá por la destrucción de esos mercados de poder en donde se transó la nefasta desregulación financiera, la liberalización y precarización del empleo y la prostitución de las funciones del Estado.

¿cómo responderemos al llamado histórico de no volver a dejar hacer ni a dejar pasar? ¿se pueden generar espacios mediáticos masivos que ayuden a comprender que la lucha no es contra el Estado sino contra ese antidemocrático mercado en el que se toman decisiones contrarias a la ciudadanía y el desarrollo? ¿qué instituciones deberían crearse o fortalecerse para asumir la responsabilidad de un poder político mejor distribuido y más representativo? ¿será la reforma electoral y un financiamiento público de los partidos un primer paso para una mejor distribución del poder? Y, muy importante ¿qué papel jugaremos usted y yo en este asunto?


Columna publicada en Plaza Pública y en el libro «Levantamiento crustáceo».

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Esta entrada fue publicada en 18 febrero, 2015 por en Democracia y etiquetada con , , , , .

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