Mientras le pone una bandera de Guatemala a su carro; mientras se prepara para portar una antorcha y recorrer con entusiasmo la Ciudad de Guatemala para celebrar su “independencia”; o mientras canta el himno nacional, vale la pena que medite sobre la crisis política actual, cómo hemos llegado hasta ella y qué haremos para enfrentarla.
Recuerde que todos los Estados cargan con el peso de su pasado. Lo vivido en el ayer, los conflictos y los acuerdos sociales, continúa marcando el presente: el racismo y la discriminación, el robo de tierras a sus legítimos dueños, la militarización y una narrativa conservadora contraria a la solidaridad, la cooperación y la igualdad; la arquitectura política basada en el clientelismo y en la venta del poder público al mejor postor privado, junto a la construcción de una administración pública, débil para satisfacer las necesidades colectivas, pero apropiada para defender y consolidar el poder y la riqueza de unos pocos. He ahí la historia de esta patria. Pero en la línea del tiempo también se observan intentos de hacerla más humana, más nuestra: el Código de Trabajo, el Instituto Guatemalteco de Seguridad Social (IGSS), una universidad pública y autónoma, y muchas fuerzas ciudadanas empeñadas por vivir sin reprensión.
Así las cosas, no le extrañe que nuestra patria, ese terruño al que estamos ligados por recuerdos y esperanzas de futuro, sea la Guatemala del desempleo, la migración forzada y la pobreza, la de las niñas calcinadas en un “hogar seguro”, la del millón de niños desnutridos, la de los cuatro millones de patojos fuera de la escuela, la de los muchos que escarban buscando vida en la basura y los miles de desempleados que viven en la incertidumbre. Nuestra patria, la de campesinos hambrientos y sin tierra, es la de empresarios poderosos aglutinados en el Comité Coordinador de Asociaciones Agrícolas, Comerciales, Industriales y Financieras (Cacif) que financian ilícitamente partidos políticos, que han convertido la vida diaria en negocio, y hoy aplauden las infamias de su títere de ocasión, Jimmy Morales.
La Guatemala de hoy, la que tiene miles de familias que reclaman saber el paradero de sus desaparecidos; la de los patronos que además de pagar salarios de miseria se huevean impunemente la cuota que los empleados aportan al IGSS, y los matan si reclaman, como a don Eugenio López, abuelo de 75 años de sobrevivencia (finca San Gregorio Piedra Parada); esta Guatemala de hoy es la finca de los deshonestos, la de los padres violadores de la patria, como Galdámez, Arzú, Linares, Hernández, Alejos, Sandoval y demás canallas. Reconozcámoslo: nuestra patria, donde yacen los restos de abuelos y padres, donde encontramos el amor y la ternura y crecen nuestros hijos, continúa siendo la patria del criollo, la nación de las infamias.
Este mes patrio es decisivo, porque los miembros del pacto de corruptos —empresarios y políticos tramposos, narcotraficantes y militares asesinos—, cuyo vocero es Jimmy Morales, quieren asegurar una Guatemala esclava. Por eso, más que alzar una bandera o cantar el himno, precisamos salir a la plaza y demostrar que juntos somos más fuertes que quienes ganan con el actual y podrido sistema político. La participación consciente y masiva es el antídoto contra los corruptos y el sustrato de la democracia.
Si piensa que todo está perdido, no se desanime, levántese. No nos han vencido, porque en la vida de una nación ninguna victoria es absoluta. Anímese, imagine que mañana, cuando estos sinvergüenzas sean juzgados, nosotros diremos patria y nos sabrá a caldo de frijoles, a tortilla, a ternura, a libros y escuelas, a igualdad, a trabajo digno y salud, a justicia, a democracia. Pero, hoy toca alzar la voz y levantarse.
Una versión de esta columna de opinión ha sido publicada por Prensa Libre en su edición del martes 11SEP2018.
Imagen: Jonathan Menkos