(CIUDAD DE GUATEMALA, 26MAY21). Desde el 24 de mayo se está llevando a cabo la Asamblea Mundial de la Salud, máximo órgano de decisión la Organización Mundial de Salud (OMS), en el que participan las delegaciones de todos los Estados que son parte de esta agencia del Sistema de Naciones Unidas. Este año la reunión se centrará en el fin del COVID-19, en la preparación para la siguiente pandemia y en cómo lograr el Objetivo de Desarrollo Sostenible número 3, Salud y Bienestar, el que incluye entre otras metas, conseguir que todas las personas en el planeta tengamos el acceso asegurado a servicios de salud de calidad, medicamentos y vacunas eficaces.
Dentro de las principales noticias, la OMS ha advertido que este segundo año de la pandemia del COVID-19 podría ser más mortal que el anterior, como se observa en la India y otras naciones de Asia y África. Por su parte, América también debe hacer mayores esfuerzos por contener la pandemia: solamente la semana pasada el 40 por ciento de las muertes mundiales por COVID-19 se registraron en este continente. Asimismo, en el Informe de Estadísticas Sanitarias Mundiales de 2021 publicado por la OMS, se concluye que las cifras de fallecidos por COVID-19 o sus complicaciones asociadas serían dos o tres veces mayores a las reportadas por los gobiernos nacionales, advirtiendo los desafíos que las autoridades nacionales han tenido en el registro de estas estadísticas. A nivel global, sin ajustar las estadísticas, las muertes registradas ascienden a 3.5 millones, mientras en Guatemala, las cifras oficiales registran 8,058 decesos.
Nuevamente se ha hecho el llamado a los Estados para que, dentro de sus acciones de contención de la pandemia, combinen la vacunación con medidas de distanciamiento y asistencia para la garantía de los medios de vida de la población. En cuanto a las vacunas para detener el COVID-19, hay más de 200 en desarrollo experimental y más de 60 están en fase clínica. Sin embargo, se advierten retos enormes para lograr la inmunización global. Por una parte, la necesidad de aumentar la capacidad de producción de las vacunas y, por otro, las dificultades para garantizar una asignación justa, equitativa y estratégica.
En la actualidad, más del 75 por ciento de todas las dosis de vacunas se han administrado en solo 10 países. Mientras algunos de estos Estados privilegiados están pensando en inmunizar a sus niñas, niños y adolescentes, la mayoría de naciones no cuenta con suficientes dosis ni siquiera para vacunar al personal sanitario. En el discurso de apertura de la Asamblea, Antonio Guterres, el secretario general de la Naciones Unidas, reconoció la muerte de 115,000 trabajadores de la salud en todo el mundo, enfrentados a la pandemia con más ánimos que materiales y apoyos concretos.
Es por esa declarada falta de solidaridad internacional que algunos países, y la propia OMS, han hecho un llamado a la constitución de un tratado internacional para prevenir nuevas pandemias. El tratado tendría como objetivo fortalecer los poderes de la OMS ante la aparición de nuevas amenazas a la salud mundial y conseguiría la financiación obligatoria de las acciones para prevenir con más agilidad las pandemias futuras. En la actualidad, el financiamiento de estos esfuerzos globales es voluntario.
A este esfuerzo de convertir la salud en un bien público global, deberían sumarse acuerdos por una renta básica universal, que concrete un piso de protección social para todas las personas en el mundo; un cambio radical en el estilo de crecimiento económico y distribución de la riqueza entre países y a lo interno de las sociedades, con el fin de potenciar de manera rápida una transición generalizada hacia una economía global que ponga fin al deterioro ambiental e imponga metas más ambiciosas en la investigación y acción en favor de la reconstitución de mares, bosques y, en general, de la vida en todo el planeta. Millones de empleos, con salarios suficientes para garantizar el bienestar de los trabajadores y sus familias, podrían generarse a lo largo y ancho de la Tierra si se impulsaran estos cambios.
Por supuesto, el cambio estructural requerido exige una política fiscal global que cierre los caminos a la corrupción y la evasión de impuestos, mientras se fijan compromisos para el financiamiento internacional del desarrollo basado en la progresividad y sin dejar de lado una mayor responsabilidad nacional: los Estados que tengan más riqueza, deben aportar más a la construcción de un mundo con mayor democracia y bienestar económico y social, bases para una paz global duradera.
Por el contrario, sin cambios globales de esta envergadura, la siguiente pandemia está más cerca de lo que imaginamos. No se requiere de una bola de cristal. Diversos estudios lo señalan así: está gestándose, como lo hizo la peste, el cólera o el COVID-19, en medio de la pobreza, la desigualdad en el acceso a la salud y el bienestar, la destrucción del ambiente natural y la ignorancia, el dolo y la codicia de quienes ostentan el poder.
Una versión de esta columna de opinión ha sido publicada por el vespertino La Hora en edición del jueves 27 de mayo.
Imagen tomada de El Correo.