El pasado sábado 4 de septiembre, en el contexto de la XVIII edición de la Feria Internacional del Libro de Guatemala (Filgua), tuve el gusto de presentar Sexta Avenida y conversar con mi amigo y artista, Juan Pensamiento. En esta ocasión, quisiera ofrecer las palabras de Juan al inicio de nuestra actividad:
Hace cinco años (¿cinco, verdad?) tuve el agrado de recibir un mensaje del querido y admirado Jonathan, preguntando si me animaba a presentar su primer libro de cuentos, cosa a la que obviamente acepté muy halagado. Vaya sorpresa recibir otra invitación suya para presentar este otro, una versión que denota evolución integral, interna y externa, es decir, suya pero también de su literatura pero también de nuestro entorno común, en todos los sentidos. Así que, heme aquí, pudiendo en medio de este país [que siempre ha estado teñido de rojo, pero cuya rojez por fin ahora es oficial con letras que lo anuncian sin tapujos] contar con el enorme y escaso privilegio de leer, platicar, hablar de libros con gente querida. Y es que hasta el rojo de la sangre está lleno de nutrientes, de células que oxigenan y que defienden…
Y, bueno, por más cursi que suene la metáfora de la sangre, me parece que esto es precisamente lo que Jonathan hace al existir, al trabajar, al hablar y al escribir sus cuentos: oxigenar, defender este país que pese a la ubicua y densa oscuridad, nunca ha dejado de tener también perpetuos oasis de hermosura, de ternura y de amor, contra todo. Imposible no sentirme tocado e identificado en lo más puramente personal, cuando el libro -que comienza en el pasado y termina en el futuro- arranca en 1977, año de mi nacimiento. Y no solo eso: mi propio primer libro de cuentos también arranca con el relato de una viejita que de pronto se queda dormida. Ni qué decir de mi propia conexión personal con “la sexta avenida”, llena de historias como las que hemos de tener casi todos los capitalinos clasemedieros (a mucha honra) de cierta edad. Recuerdo perfecto cómo mi abuela -luego de su secuestro por parte de la guerrilla, por ser hermana de un militar (y conste que no por ello se me escapan los motivos justificados de la guerra y la carnicería insensata e imperdonable del ejército) se escapaba ciertos domingos en camioneta, ella solita, sin decirnos, al Lux, a ver “Lo que el viento se llevó”, que proyectaban cada cierto tiempo, como en aquellos tiempos que no vivimos los aquí presentes en que al Lux se llegaba encorbatados y enjoyados. Además, la primera vez que salí en un periódico fue precisamente pintando en la calle, en el festival de inauguración de la “nueva sexta” a finales de 2010; allí estaba yo, frente al Lux, pintando en honor a mi abuela una Scarlett O’Hara pero con el cuerpo voluptuoso de las ficheras de las licas mexicanas. Y es que ¿qué es la sexta sino una mezcla del antes y del después, del lujo de antaño con la practicidad actual, de los recorridos laborales de a diario con las alegrías específicas de un fin de semana, de patojos y abuelas? Ah, las abuelas…las abuelas que también son una constante presencia en los cuentos de este libro.
Leyendo SEXTA AVENIDA, queda claro que Jonathan es un lector de siempre; no que copie a ningún otro autor ni que pretenda ser como alguien -y esa “no-pretensión” es parte de su encanto- sino que simplemente sus referencias están más que claras. Su amor por la literatura clásica latinoamericana pareciera revelarse en las pinceladas de realismo mágico que colorean sus cuentos, que a su vez están salpicados de hermosísimas ilustraciones cortesía del extremadamente talentoso Diego Zarat (a quien no conozco, pero ahora quiero conocer). Su amor por este país, por su gente, por sus costumbres, por esa comida que tampoco tiene pretensiones -vaya si no se menciona una y otra vez a los imprescindibles frijolitos caseros- se percibe también en sus conocimientos históricos, que también colorean salpicando las historias. No sería Jonathan ni lo que uno quiere de Jonathan, si no hubiera una marcada postura política que se entreteje con las vidas de los personajes, recordándonos que este país acaricia y lacera a todos, a unos más una cosa y a otros más otra. Me parece importante, principalmente, el valor de una literatura contemporánea, como la de SEXTA AVENIDA, que retrata la idiosincrasia, la cotidianidad, pero sin disfrazarla de “glamour global”, hablando del aquí pero pensando en el allá. La necesidad de lecturas como esta, casualmente descolonizadas, es tan grande como su ausencia.
SEXTA AVENIDA comienza con la historia de una maestra que ve apariciones (¿apariciones?) y termina con la historia de una abuela que, aunque ciega, lo ve todo muy claramente. En medio, personajes de toda clase, etnia, índole y vivencias, incluyendo a un hombre indígena cuya dignidad es interrumpida por un reclutamiento forzoso y que acaba como un migrante retornado. Vaya, que allí caben cientos de miles de guatemaltecos, de vidas, de ilusiones, de traumas, de rencores, de perdones… El círculo narrativo está perfectamente planeado y cerrado con la mención casual de una misma escuela que todavía existe en un futuro en que el centro histórico es atravesado por un río pacífico y en el que el ministerio de educación reconoce el valor de su verdadera historia. Yo, que soy un cínico, no puedo sino ver eso como pensamiento mágico; pero Jonathan, que es un auténtico hombre con esperanza, sé que lo ve como una posibilidad.
Total, no me queda más que decir que este es un libro que vale la pena leer. Como todo buen libro de cuentos -mi género favorito- se lee por pocos, a ratos; se reflexiona con cada uno y al pasar al siguiente se disfrutan las referencias entrelazadas entre las distintas historias. Es un libro limpio, sano, auténtico, político y perfecto regalo para cualquiera de la familia. Y, sobre todo, a este libro también puedo darle el mejor halago literario que tengo: es PROFUNDAMENTE SUBRAYABLE.
__________
Si desea ver el evento completo, por favor visite la página Facebook de Sophos.
Si desea adquirir Sexta Avenida por favor visite, presencial o virtualmente la librería Sophos.